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Luz en mi Camino

1 noviembre, 2023 / Carmelitas
Luz en mi camino. 31º Domingo del tiempo ordinario (A)

Ml 1,14b–2,2.8-10

Sl 30(31),1-3

1Te 2,7b-9.13

Mt 23,1-12

    En el episodio evangélico de esta semana, Jesús, hablando a la gente y a sus discípulos, dirige severas críticas a los escribas y fariseos, y añade tres exhortaciones para sus discípulos. Las críticas de Malaquías a los sacerdotes hebreos preparan el evangelio. Los sacerdotes, que estaban encargados de servir a Dios y de enseñar la Ley al pueblo, eran los intermediarios de las bendiciones divinas, por lo que en su obrar tenían que buscar únicamente la gloria del Señor y no su propio interés. Sin embargo, su mal ejemplo obstaculizaba la relación entre el pueblo y Dios y, por consiguiente, en vez de transmitir la bendición la alejaban cada vez más.

    Dios desea que su bendición, y las gracias que de ella proceden, ayuden a los hombres a discernir el modo justo y santo de afrontar cada acontecimiento de la vida, ya que el “ajustar” la propia conducta a la voluntad divina será causa de prosperidad y camino seguro hacia la felicidad. Pero el Señor acusa a los sacerdotes de buscarse a sí mismos no enseñando su Ley con honradez y veracidad, sino en función de aquello que les da prestigio y estima delante del pueblo: «Pero vosotros os habéis extraviado del camino, habéis corrompido la alianza de Leví, dice YHWH Sebaot. Por eso yo también os he hecho despreciables y viles ante todo el pueblo, de la misma manera que vosotros no guardáis mis caminos y hacéis acepción de personas en la Ley» (Ml 2,8-10). Todo aquel que tiene una responsabilidad religiosa es exhortado por el profeta a ser verdaderamente fiel a su misión y a buscar la gloria de Dios sirviendo al pueblo, ya que no corregir la conducta errada del pueblo a la luz de la Ley significa hacerse partícipes de esos mismos errores y caminar por la senda equivocada, buscando los propios intereses y la propia estima en vez de la voluntad y la gloria de Dios.

    En el evangelio, los escribas y los fariseos son considerados en bloque como adversarios de Jesús y objeto de sus críticas. Ellos, que dominaban por entonces las sinagogas, se arrogaban la facultad de enseñar en nombre de Dios. La “cátedra de Moisés” era un sitial de mármol cercano al lugar donde se guardaba la Torah, reservado para el maestro que enseñaba la Ley al pueblo. Por eso Jesús, considerando que tenían la autoridad de enseñar aquello que es conforme a la Ley, pero dando mayor importancia a las obras que a la misma doctrina (Cf. Mt 7,21-22), dirá a sus interlocutores: «Haced, pues, y observad todo lo que os digan, pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3).

    No es difícil que aquel que tiene autoridad en el ámbito religioso se vea tentado por el egoísmo y la soberbia y termine abusando de su poder, imponiendo aquello que se debe hacer en función de la admiración y autocomplacencia que busca. De ahí que, en vez de ayudar a los demás a crecer y a vivir ordenada y pacíficamente en el camino de la honestidad y la justicia, la autoridad se convierta en una carga opresiva que aplasta a los que se encuentran bajo ella, creando un ambiente de dominio que angustia y que provoca la desconfianza y la rivalidad permanente. Jesús se refiere a este abuso de autoridad cuando, hablando de los escribas y fariseos, dice que: «Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres: se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”» (Mt 23,4-7).

    Las filacterias se refieren a los tephillin, unas cajitas de piel que los judíos piadosos — para recordar los favores divinos y la Ley — se atan con una tira de pergamino en la frente y en el brazo izquierdo, principalmente cuando van a orar. Dentro de las cajitas se introducen algunos pasos centrales de la Escritura hebrea (como Ex 13,1-10.11-16; Dt 6,4-9; 11,13-21; y en ocasiones también el Decálogo) y, de este modo, cumplen literalmente lo prescrito por Moisés: «Esto te servirá como señal en tu mano, y como recordatorio ante tus ojos, para que la ley de YHWH esté en tu boca; porque con mano fuerte te sacó YHWH de Egipto» (Ex 13,9.16; Cf. Dt 6,8; 11,18). A veces estos estuches se ensanchan, con forma rectangular, para que puedan contener dentro varias cajitas más pequeñas y ser así más visibles.

Además de esto, los judíos piadosos llevaban también “borlas o flecos” en señal de devoción, esto es, unos cordones ornamentales de lana azul y blanca cosidos en las cuatro puntas del manto (Cf. Nm 15,38; Dt 22,12). Su tamaño estaba fijado, pero algunos los alargaban exageradamente para mostrar su presunta piedad.

Este interés por la apariencia y el acaparamiento de títulos se reflejaba explícitamente en el momento de ocupar los primeros puestos en banquetes y sinagogas, dado que el orden de asiento seguía unas normas muy estrictas, en las que primaban la edad y la dignidad.

Marc Chagall, El Rabino de Vitebsk

Frente a esta actitud y tendencia humana que busca el propio interés, la propia comodidad y la propia gloria, Jesús enseña en el Discurso de la Montaña a obrar únicamente por amor a Dios y a los hermanos, sin buscar la alabanza de los demás. La limosna, la oración y el ayuno deben hacerse de modo tan discreto que sólo Dios sea el testigo de tales obras (Cf. Mt 6,1-18) y sólo Él sea de ese modo glorificado. Y enseña, además, a no cargar sobre los demás fardos insoportables y a “aprender de la humildad y mansedumbre de su corazón”, acogiendo con amor a las personas agobiadas, practicando con ellas la justicia, la misericordia y la fe (Cf. Mt 23,23).

    Las exhortaciones de Mt 23,8-10 son dirigidas especialmente a los discípulos, para evitar que caigan en el ejercicio de un poder abusivo y en una carrera por conseguir títulos honoríficos. Por eso les dirá Jesús: «No os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Directores”, porque uno solo es vuestro Director: el Cristo» (23,8-10). “Rabbí”, un término hebreo que significa “mi maestro”, se empleaba como título de honor para los que enseñaban las Escrituras hebreas. También “Padre”, en sentido figurado, era un título de respeto aplicado a los personajes decisivos del pasado, a ancianos o a maestros, pero, en Jesús, la relación paternal de Dios con el discípulo tiene que prevalecer por encima de cualquier título al que uno podría tener derecho.

    Jesús desea que sus discípulos estén orientados completa y exclusivamente a Dios, a quien compete todo honor y ante quien todos son hermanos, y a Cristo, a quien se debe toda “enseñanza” y ante quien todos son discípulos. Por eso las relaciones dentro de la comunidad estarán caracterizadas por el servicio: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Mt 23,11-12). Unidos a Dios y a Cristo, el poder y el dominio son radicalmente transformados, porque la grandeza se encuentra en la entrega amorosa al otro, a quien se considera superior a uno mismo y objeto privilegiado del amor de Dios, un amor en el que cada uno, con su servicio, está llamado y es invitado a participar.

    Con todo, hay que tener en cuenta que la influencia de los sacerdotes, los escribas y los fariseos (y los ancianos) sobre el pueblo de Israel no sólo era religiosa sino también política. Por eso, aunque en primer lugar las palabras de Jesús han de ser aplicadas a todos los cristianos y, en particular, a los sacerdotes y a los responsables de las diversas Iglesias locales para que no caigan en el egoísmo y en el orgullo humano a la hora de ejercer la autoridad, también es verdad que ese matiz político latente en las personas criticadas por Jesús permite que, en los tiempos actuales, sus palabras encuentren un fuerte eco en relación con un amplio grupo de la clase política que nos gobierna.

    Hoy en día se vislumbra en el gobierno la pretensión de establecerse como referente, en sus decisiones, de los valores más esenciales de la persona, y de atribuirse el derecho de dictaminar moralmente “lo bueno y lo malo”. Asumen, de algún modo, el “poder religioso” al que, sin muchos miramientos, persiguen, y con el que, según afirman, no quieren tener nada en común. Bien mirado, son ellos, tales políticos, los que parecen llevar “sobre su frente y sus brazos” las filacterias del poder abusivo, alargándolas a través del control de los medios de comunicación y de la enseñanza, y luciéndolas como “amuletos” de su solidaridad con los más necesitados, aunque en realidad sólo lo hagan para “ser vistos y ganarse el voto de la gente”, a la que manipulan, imponiéndole la “pesada carga” del “libertinaje legal”, llámese éste laxismo sexual o culto sumo a la pasión y al placer, sin importarles que esto, como tiña, corroa el alma de todos.

    Son ellos, y no tanto los sacerdotes o los responsables de la Iglesia, los que desean actualmente los primeros puestos en los parlamentos, en las catedrales o iglesias, en los banquetes oficiales y, sobre todo, en los medios de comunicación, con tal “de ser vistos y alabados por la gente”. ¿Y no son ellos los que saludan en las plazas y les gusta ser llamados “salvadores de la patria”, aunque con sus acciones y decisiones dividan, despedacen y conduzcan a la destrucción al mismo pueblo que les mantiene en el poder? ¿No son ellos, acaso, los que llaman “bueno a lo malo y malo a lo bueno”, manipulando los términos que les interesa como, sirva de ejemplo, “matrimonio”, “nación”, “solidaridad”? Términos a los que desean vaciar de cualquier contenido objetivo y concreto, con el único fin de que el relativismo absoluto se asiente en las mentes de la gente para poder manipularlas más fácilmente. Sí, quizás hoy sean ellos los que comen y engordan a cuenta de los demás, a quienes, sin embargo, sonríen y saludan con una perenne mueca sobre su rostro, aunque por dentro de ellos impere la “muerte”, esa misma muerte que quieren domine en cada vida humana a través del aborto, de la eutanasia, de los anticonceptivos, de las drogas, de la enseñanza y doctrina partidista, de la familia destruida y del terrorismo, a todo lo cual apoyan, sostienen y promueven, directa o indirectamente, a través de un fuerte órgano propagandístico.

    Por eso el evangelio nos invita a salir fuera de nosotros mismos y a mirar hacia el único Maestro, Guía y Padre, para poder ganar así la partida al pecado, al mal que nos circunda y quiere engullirnos, y para tener la fuerza de vencer la tentación de creer que estamos necesariamente subordinados al pecado. Hemos nacido para la Vida y las palabras de Jesús son Espíritu y Vida, por eso hemos de hacerlas vida en nuestras responsabilidades, asumiendo la autoridad como servicio amoroso hacia el hermano y como medio para dar gloria a Dios. Y hemos de combatir, asimismo, contra todos los agentes de mal que nos quieren quitar dicha Vida. Hay que aceptar discernir y acogernos como “hermanos” del Padre de la Luz, y luchar, unidos a Jesús, para no someternos (ni nosotros, ni nuestros hijos, ni aquellos que nos circundan) a la condición y al destino de esclavitud y de pecado como hoy se nos propone.

    Ninguno está excluido del amor de Dios, por lo que es necesario atraer a todos a dicho Amor. En Cristo es posible un mundo mejor, y nosotros estamos llamados a proclamarlo y a manifestarlo concretamente en nuestra existencia. Es necesario, por eso, que despertemos, que nos levantemos del “sueño” en que nos sume el mundo, que seamos hombres íntegros, que seamos plenamente y sin avergonzarnos cristianos.

 

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