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14 julio, 2021 / Carmelitas
Primera celebración eucarística presidida por el P. Luca Zerneri O.Carm.

El momento festivo que siguió a la solemne ordenación presbiteral del p. Luca trajo consigo una célebre cita del santo Cura de Ars:

«Me postré consciente de mi nada,

me levanté sacerdote para siempre».

-¿Qué dices Juan María: “para siempre”? -¡Para siempre!

Pues sí, para siempre. Y quien dice para siempre, dice que al día siguiente iba a presentarse la ocasión del ejercicio litúrgico-cultual del ministerio recibido. Así, tras el paso decisivo por la Catedral nueva el domingo 11, la parroquia de Sancti Spiritus, en el mismo Salamanca, amaneció el día 12 con una singular celebración en su agenda. La comunidad de frailes del convento de san Andrés ya había tenido contacto y ofreció su presencia y apoyo a aquella parroquia durante el Triduo pascual en el tiempo de obras del propio convento. Los vínculos son varios: el rector -el p. Gonzalo Escamilla- es conocido y amigo de los frailes; Alfonso, uno de los diáconos ordenado la vigilia, inicia su ministerio allí, y el otro, Ciriaco, estuvo como seminarista…

Nos hormigueaba el estómago a los que hemos podido acompañar al p. Luca  con la emoción de poder verle, no como en la catedral -participando al modo ministerial en la función sacerdotal de la consagración del pan y del vino sobre el altar y agraciarnos con la presencia sacramental del Cuerpo y la Sangre del Señor, sino presidiendo toda la celebración eucarística, y además, con el inmenso gozo de verle acompañado por los dos nuevos diáconos ordenados junto con él Ciriaco y Alfonso, que han sido compañeros de estudio a lo largo de varios años en la Universidad Pontificia. La presencia de otros  concelebrantes que calificaron especialmente la densidad del momento fueron la de nuestro p. Provincial, el padre Desiderio García O. Carm., y la de uno de los que fue connovicio de Luca, el recientemente también ordenado sacerdote, el p. Joao Costa O.Carm., fraile carmelita del comisariado de Portugal.

Así, el sexto día de la novena de preparación a la Solemnidad del Carmen, brindó -nunca mejor dicho si tratamos de la Alianza- la oportunidad de la primera celebración presidida por Luca con la misa votiva a la Virgen María, Madre de la Iglesia (nº 26 del misal de la Virgen). Tras la primera lectura -tomada de Hch 1,12-14, Alfonso, en el ejercicio cuidado de su ministerio diaconal y ungido con su talento para el canto, nos proclamó aquel relato en que Jesús lleva a cabo el primer “signo” en el Evangelio de san Juan: la conversión del agua en vino en las bodas de Caná.

Todavía el suave incienso flotaba en el aire, cuando tras sentarse una nutrida asamblea de amigos, familiares, fieles de la parroquia y allegados del Carmelo, el presidente nos ilustró con la breve homilía que sigue:

«Haced lo que él os diga». Estas palabras de María a los sirvientes de la boda de Caná, resuenan con fuerza en nuestros corazones en esta tarde. Si lo pensamos bien, esta afirmación es todo un programa de vida. «Haced lo que él os diga». La mejor acción de gracias que podemos elevar a Dios, en cualquier estado de vida que nos encontremos, es precisamente hacer lo que él nos diga. Porque la vocación del cristiano, sencillamente, se resume en obedecer. En tiempos como los nuestros, decir “obediencia”, está un poco fuera de lugar, tanto dentro como fuera de la comunidad cristiana. Sin embargo, Jesús nos la propone como la clave de la verdadera libertad y felicidad. ¿Qué significa obedecer? Obedecer significa poner tu libertad en las manos de Otro (Dios), para que Él pueda hacerte el don más grande, que ningún hombre sobre la tierra puede darte: la Vida Eterna. ¿Quieres vivir feliz? “Haz lo que él te diga” y tendrás la Vida Eterna. Jesús, nos ha dado un modelo de obediencia sincera y total en su Madre, la Virgen María. 

La falta de vino en la boda, de la cual María se da cuenta, nos da a entender que aquel banquete no tenía Vida. El único que nos puede dar la vida es Cristo, que con su sacrificio pascual, de pasión, muerte y resurrección nos hace nacer a una vida nueva, renovada, transformada. Por eso María acude a la única persona que puede cambiar las cosas, Jesús. Aquí el evangelista nos desvela una característica importante de la obediencia de la Madre del Señor: la contemplación. El contemplativo es aquel que ve y sabe interpretar lo que pasa al su alrededor, para después presentarla al Señor confiando que Él la escuche. Cuántas veces en nuestras peticiones, corremos el riesgo de decirle a Dios lo que tiene que hacer… Sin embargo, el cristiano sabe que Dios hará las cosas, pondrá todo en su sitio, pero a su manera, porque es Dios y nosotros sus hijos. La obediencia entonces nos lleva a la fe: obedezco al Evangelio, porque creo con todo mi ser que Jesús es una persona de fiar y que no me va a defraudar. Cada vez que acudimos a Santa María o a los santos también, para rezar y pedir ayuda, ellos nos dicen siempre, una y otra vez: “haced lo que Él os diga”. Ellos obedeciendo, han sido las personas más felices y libres del mundo. Libertad y felicidad solo la puede dar Jesús y su evangelio, porque en Él contemplamos la humanidad plenamente realizada, una humanidad que hace del don de sí el premio y la garantía de la eternidad prometida. Estamos llamados a ser como los sirvientes, que en la boda escuchan las Palabras de Jesús y hacen su voluntad. Y Su voluntad es que llevemos el alimento del Evangelio ahí donde la vida se ha apagado y ya no tiene sentido; ahí donde la desesperación y la tristeza, como también el peso de la cotidianidad, han ahogado la esperanza y la alegría. 

En el cáliz y la patena, que en esta tarde vamos a bendecir y que acogerán el Cuerpo y la Sangre del Señor, echemos el agua de nuestras vidas, con sus angustias y alegrías, para que Jesús las ofrezca al Padre como sacrificio de nuestra obediencia; y comulgando con el Pan y el Vino consagrados, Dios nos conceda el don de la Vida Eterna. ¡Que así sea!

Tras la homilía, en una procesión en la que rivalizaban el carácter entrañable con su sencillez natural por su desarrollo, Luzia, la madre, acompañada por los tíos de Luca, llevaron al altar el cáliz y la patena nuevos con que había sido obsequiado en su ordenación. Con la misma soltura con que llevó adelante toda el ritual, el P. Luca pronunció sobre los vasos litúrgicos la debida bendición.

A partir de ahí, la misa siguió su curso ordinario, en la forma visible exterior, enriquecido con un significado de consagración nuevo para todos nosotros. Por último, finalizada la festiva celebración acompañada con el voluntarioso coro parroquial, hubo un rato largo de saludos y felicitaciones antes de que nos pusiéramos en camino al convento para festejar en pequeño comité junto con los dos nuevos diáconos, la triple ordenación en una cena familiar animada también con algunos cantos -de los mimados por nuestra comunidad- y una alegre guitarra. En efecto, la tarde misma del domingo, las limitaciones de la pandemia obligaron a que no se hiciera una única fiesta conjunta de todos los nuevos ordenados. En cualquier caso, los lazos de amistad en el Señor son más fuertes que la mascarilla, más suaves que el hidrogel y más resistentes que cualquier limitación de aforo en un contexto de pandemia.

 

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