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Pastoral

8 octubre, 2019 / Carmelitas
P. Augusto Zampini. Sínodo sobre la Amazonía, día 7 octubre 2019

Vaticano, lunes, 7 de octubre de 2019

P. Augusto Zampini, del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Integral Humano, nos ayudan a intuir desde dentro cómo va marchando el Sínodo.

La liturgia inicial, en donde caminamos juntos (en sínodo) con el Santo Padre Francisco, los padres sinodales y algunos representantes de pueblos amazónicos, peregrinando desde la tumba de San Pedro hasta el aula sinodal, fue un auténtico ritual inspirador.  Salimos del aislacionismo individualista -sea personal o colectivo- para sumergirnos en un gesto de comunión, respetando las diversidades.  Por un momento, el ansia de la preparación pareció disolverse en un tiempo diferente, en donde el “cronos” y su reclamo de productividad operativa cedió ante un sereno “kairós” que nos invitaba a suspender prejuicios e ideologías para acogernos en un afectuoso discernimiento colectivo.  Corazones cristianos migraban de sus zonas de confort, confiando en que los ojos de discípulos de Cristo de los hermanos y hermanas nos mirarían con compasión y asombro, sin juzgarnos.

Las palabras del Papa Francisco confirmaron ese momento especial para los participantes, y también para la Amazonía y el resto del mundo. El Santo Padre nos invitó a entrar en puntas de pie en el sentir histórico y cultural de los pueblos de la Amazonía.  Quiere que discernamos juntos cómo ayudarlos a que confirmen su propia idiosincrasia del buen vivir en un contexto de ideologías reductivas y centralismos homogeneizantes, ideologías y centralismos que pretenden domesticar a los supuestos subdesarrollados o bárbaros o marginales.  El Papa quiere que aceptemos, asumamos y admiremos lo propio de la Amazonía y sus pueblos, para así descubrir nuevos caminos para una ecología integral y para la Iglesia.  Francisco nos desafía a que afrontemos la deforestación, uniformización y explotación de la Amazonía y sus pueblos, con actitud de contemplación, comprensión y servicio.  Para ello, debemos darle todo el espacio que se merece al Espíritu Santo, sin echarlo de la sala sinodal.  Necesitamos orar, reflexionar y discernir como verdaderos custodios y cuidadores del proceso sinodal que ha comenzado ya hace tiempo.

El Cardenal Humes hizo eco de la invitación de Francisco, y nos pidió derrumbar los muros que rodean a nuestra Iglesia para construir puentes, salir y echar a caminar en la historia por nuevos caminos, sin miedo a la novedad.  En efecto, si caminamos con Jesucristo, “eterna novedad” (EG, 11), podremos sentir temor, sobre todo temor a salir de nuestros esquemas, seguridades y gustos.  Pero Cristo, la novedad “ayer, hoy y siempre” (Heb 13, 8), nos llevará por horizontes no limitados por nuestras seguridades y egoísmos, hacia “una nueva creación que transforma la faz de la tierra”.  Caminar con Jesucristo y los pueblos de la Amazonía permitirá que la Iglesia vaya configurando un rostro amazónico.

Una Iglesia rostro Amazónico es aquella que hace una opción sincera por la vida, la tierra y las culturas de los pueblos, defendiendo sus derechos y la construcción de su futuro. Es una Iglesia que reconoce las riquezas de las culturas, lenguas, historias, identidades y espiritualidades Amazónicas.  Es una Iglesia dialogante, acogedora y misericordiosa, sobre todo con los marginados y pobres, que en su proceso de evangelización presta especial atención a la inculturación y a la interculturalidad que se desarrolla en todas sus tareas.

Es también una Iglesia consciente de su misión de cuidar la Casa Común, particularmente en estas tierras, que “nunca han estado tan amenazadas como ahora por la destrucción y explotación ambiental, y por la violación sistemática de los derechos de sus pueblos” (cf. IL, 14 y 15).  Es una Iglesia que conoce la importancia del agua y la vida que fecunda de ella.  “En la Amazonía, la selva cuida del agua y el agua de la selva, produciendo juntas la biodiversidad.  Cuidar del agua y de la selva es cuidar de la vida.  Así, una Iglesia con rostro Amazónica es una Iglesia consciente de la unión entre el anuncio de Cristo Resucitado y, por quien el Padre quiso reconciliar consigo todas las cosas, con su contribución a revertir el daño socio-ambiental en que vivimos. “Todo lo que daña a la tierra daña a los seres humanos, y a los otros seres vivos”.  El daño a la tierra, por lo tanto, no puede considerarse como algo ajeno a la misión de cuidado y del anuncio en que el Resucitado envuelve misteriosamente todas las cosas y las orienta a su plenitud (cf LS 100).

Una Iglesia con rostro amazónico es también una Iglesia que asume dicho rostro en la realidad crecientemente urbana del territorio.  En las urbes Amazónicas, la Iglesia no puede ser una copia de rostros de otras regiones.  Tiene que descubrir y consolidar aquél rostro particular, afrontando el problema social y religioso de sus periferias pobres, anunciando una alegría que sólo puede brotar del Evangelio.

Una Iglesia con rostro amazónico asume la realidad de escasez de sacerdotes, y aspira a transformar una pastoral de visita en una pastoral de presencia cotidiana, sobre todo a través de la celebración de la Eucaristía, de la cual la Iglesia se alimenta y se edifica.

Fuimos invitados a no ceder a la auto-referencia, sino a la compasión por el grito de la tierra y de los pobres.  El “Sínodo es como una mesa que Dios ha preparado para sus pobres, y nos pide que atendamos esta mesa”, que seamos servidores.  Servidores que ayuden a que la Amazonía, bioma rico biológica y culturalmente, deje de ser el patio trasero donde vale extraer, robar y matar, , y pase a ser la plaza central donde se comparte y nos hacemos fecundos.

 

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