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Rincón carmelita

 

Flos Carmeli
15 mayo, 2023 / Carmelitas
San Simón Stock y el don del Santo Escapulario

Simón Stock fue uno de los primeros Priores Generales de la Orden del Carmen, y posiblemente fue elegido en el Capítulo General que se celebró en Londres en 1254. Por tanto, fue Prior General justo durante el período en que los carmelitas estábamos pasando de una condición religiosa de ermitaños a otra, con un reconocimiento eclesial diverso, como frailes mendicantes.

Existen diferentes tradiciones sobre el lugar en que supuestamente tuvo lugar la visión de Nuestra Señora con que el Señor agració a San Simón Stock. Se suelen proponer Aylesford, o bien Cambridge, como espacios privilegiados con esta aparición sobrenatural de la Virgen. Según recoge nuestra tradición, San Simón Stock escribió una plegaria a María, la célebre antífona Flos Carmeli, que alcanzaría un desarrollo hasta constituir la secuencia previa al Evangelio reflejada en el leccionario carmelita para la solemnidad de la Virgen del Carmen, el 16 de julio. A día de hoy, la familia carmelita en el mundo entero la sigue cantando con piedad filial y como himno de comunión fraterna.

Simón pudo ser originario de Kent (Gran Bretaña). Su familia parece haber tenido vínculos con Francia. Murió en Burdeos en 1261, en cuya catedral fue enterrado. En 1951, algunas de las reliquias de San Simón Stock fueron llevadas a Inglaterra por el Arzobispo de Burdeos y ahora se encuentran en Aylesford en la llamada Capilla de las Reliquias.

No hace falta apelar a los bolandistas para intuir que consta poca evidencia sólida sobre el origen de la narración de la visión del don del Santo Escapulario. Ni en el propio sitio web de los frailes en Inglaterra lo esconden. Cualesquiera que fueren los hechos históricos, la narración de la visión del Escapulario revela verdades importantísimas sobre la estrecha relación entre María y la Familia Carmelita. Los carmelitas miramos a María como patrona y protectora; una madre que viste a sus hijos, envolviéndolos en un manto de amor. La hermana que toda la humanidad anhela encontrar en su caminar en este mundo. El Santo Escapulario nos recuerda que María es guía segura para los que buscamos a Dios. No se trata de un amuleto mágico, ni de un fetiche embrujado: constituye, más bien, un signo concreto –un sacramental– de nuestra confianza en el cuidado de María en nuestra vida. No menos en la muerte. Quienes endosamos el Escapulario aspiramos a vestirnos de las actitudes de la Reina del Cielo y revestirnos de sus virtudes ya aquí en esta tierra.

El Escapulario, en su origen, no dejaba de ser un mandil, poco más que un delantal, que usaban los frailes para proteger sus hábitos religiosos en las tareas cotidianas. Por eso, cuando nos lo ponemos, está llamado a ser el recordatorio sobre cómo debemos emplearnos en el celo y en la construcción del reino de Dios. Por su doble bajante, pecho y espalda, también nos compromete a buscar, como María, el estar al servicio humilde de Dios a través de las necesidades de nuestro prójimo, en especial, del más necesitado. Tras la imposición solemne del Santo Escapulario a manos de un consagrado/a carmelita, no se exigen oraciones particulares anexas a la vestición del Escapulario, aunque no pocos tienen costumbre de alguna jaculatoria como: “María, recíbeme en el servicio de tu Hijo, hoy” al ponérselo cuando empiezan la jornada. Ahora bien, más que estar asociado con oraciones devocionales, el Escapulario nos invita a hacer de toda la vida una ofrenda espiritual, una oración de nuestra existencia. El último fin, el éxito del Escapulario, solo se alcanza cuando se manifiesta que la librea marrón se convierte en una señal de que verdaderamente nos hemos “revestido de Cristo” (véase Gálatas 3,27).

De entre los santos ya canonizados que han mostrado ser auténticos portadores de la bendita tela mariana encontramos, a título de ejemplo, a San Juan Pablo II, San Óscar Romero (el arzobispo mártir de El Salvador), sin siquiera nombrar la legión de santos carmelitas (Juan de la Cruz, Teresita del Niño Jesús, Tito Brandsma…) que vistieron de modo insigne el Escapulario marrón.

 

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