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25 septiembre, 2022 / Carmelitas
Profesión solemne carmelita de Fray Fernando Luque Herrera, O.Carm. Ser carmelita, tener un lugar en el corazón de Cristo. Madrid, 24 septiembre 2022

El día 24 de septiembre de 2022, en la Parroquia de Sta. María del Monte Carmelo, Madrid, se celebró la profesión solemne de Fray Fernando Luque Herrera, O.Carm. Acompañaron en la celebración religiosos carmelitas de la Provincia de ACV, su familia, amigos y feligreses de la comunidad parroquial. Presidió la celebración el M.R.P. Desiderio García Martínez, Prior Provincial, y concelebraron las hermanos carmelitas procedentes de otras comunidades y amigos de Fray Fernando. Fue un día de mucha alegría y de gozo compartido.

La vida consagrada carmelita, a través de la profesión de los consejos evangélicos, es una vocación en la que, siguiendo más de cerca a Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, el candidato se entrega totalmente a Dios como a su amor supremo, siendo un signo visible y profético en medio del pueblo y al servicio de la humanidad. Fray Fernando abrazó libremente esta forma de vida carmelita y se consagró a Dios mediante la profesión de los votos de pobreza, obediencia y castidad.

El celebrante le dirigió durante la homilía las siguientes palabras:

Querido Fray Fernando, estimada familia de Fernando, religiosos carmelitas y amigos todos.

Miguel de S. Agustín, místico carmelita flamenco, apuntaba que “el Carmelo no es sólo un lugar geográfico, es un espacio en el alma”. Para él “ser carmelita es descubrir que tenemos un lugar en el corazón de Cristo”. Fernando, Jesucristo, te lleva marcado como “un sello indeleble en su corazón”, tal como hemos leído en la lectura del Ct. En esta carrera, como indica san Pablo, nuestra “única ganancia es Cristo”. La historia de tu vida es “una guerra de amor”. Este forcejeo con el Señor empezó hace 47 años. San Agustín apuntaba que cualquier vocación cristiana es una lucha entre dos amores: el amor a Dios y el amor a uno mismo. La victoria del amor a Dios implica gradualmente el “olvido de uno mismo”, la muerte del “hombre viejo” y el nacimiento de un “hombre nuevo”. Hoy, con tu entrega generosa, eres un signo profético en medio de la asamblea y nos recuerdas que “solo Dios basta”.

Consagrado a Dios en el Carmelo. La sustancia de la consagración es el amor. El enamoramiento –decía Neruda– es el encuentro entre un ‘yo’ y un ‘tú’. Gramaticalmente es correcto decir: “(Yo) me he enamorado”. Existencial y teológicamente afirmar esto es matizable. No nos enamoramos del primero o la primera que se cruza en nuestra vida. El amor no surge si antes alguien no te atrae, si antes alguien no te seduce… Dirá S. Pablo: “Yo he sido alcanzado (antes) por Cristo”. El amor de Dios es un fuerza irrefrenable que salió a tu encuentro. “Las aguas impetuosas no podrán apagar el amor” Ct. S. Juan de la Cruz recuerda que es Dios “el que te ha robado el corazón”. Y tú buscas tu corazón, y lo tiene Él… Y sólo encontrándole a Él, te encuentras a ti mismo en plenitud. “¿Quién soy yo?”, la pregunta espiritual por antonomasia, sólo tiene respuesta en el encuentro personal con Dios. Fernando, no es “yo me he enamorado”, sino “tú, Señor, me has enamorado”. El centro de tu vida pivotará en torno a Él: tu sentir, tu pensar, tu obrar, tu amar. Nos lo recuerda nuestra Regla: “Y viviréis en obsequio de Jesucristo”.

Y todo es por amor… Bien sabes que, inicialmente, de renuncias nadie se alimenta. Lo que identifica a la persona es su elección en libertad. El que renuncia a más de lo que opta, a la larga está abocado a pagar una factura muy alta en frustración, desánimo y abandono. Fernando, “no ames menos lo que debe ser amado más, y no ames más lo que debería ser amado menos”. No es un juego de palabras. Que Dios sea en tu vida lo más amado… Muchos amores de bolsillo intentarán colonizar tu corazón. Tendrás que hacer limpieza diaria. Para poder recibir a Cristo hay que dejar hueco en nuestra vida, porque de lo contrario, Dios no cabe.  Como decía Edith Stein: “Sólo puede recibir la vida de Cristo aquel que está dispuesto a entregar la suya” (Sta. Benedicta de la Cruz). ¿Y cómo unirte más a Dios aquí en este mundo?

A través de los consejos evangélicos (pobreza, obediencia y castidad). Son los lazos de amor con los que vas a “unirte más estrechamente a Cristo” en el estilo de la vida religiosa en la Orden del Carmen. Nuestro hermanos en el Carmelo nos han revelado un secreto para perseverar en el seguimiento: “Muchos han empezado el seguimiento de Cristo y no acaban de acabar, y entiendo yo que es porque no abrazaron las cruz del Señor desde el principio” (Sta. Teresa de Jesús, V 8). ¿Fernando, quieres ser feliz? Abraza la cruz de nuestro Señor… No hay otro secreto. No es masoquismo. Bien lo sabes: amor y dolor van siempre juntos. No se trata de jugar a comprobar hasta dónde llega nuestra resistencia. Se trata más bien de saber hasta dónde estamos dispuestos a amar gratuitamente, con paciencia, con ternura, al igual que el Señor Jesús. Paradójicamente, desde la cruz de nuestro Señor las cosas se ven más claras. ¡Quién lo diría! S. Tito Brandsma, O.Carm. llegó a exclamar en el absurdo del holocausto nazi: “La cruz es mi alegría no mi pena”. La cruz, signo del amor más grande, te centrará en Él. Ella será tu descanso en la fatiga. “!Oh Cruz, sabroso descanso de mi vida, Vos seáis la bienvenida!”. Nuevo nombre curioso para llamar a la cruz: “¡Bienvenida!”. Has querido que estuviera presente en la celebración, en el evangelio que has elegido para hoy: “Tomad mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde corazón…”. Querida asamblea, Fernando hoy en un gesto entrañable, se va a postrar, va a morir con el Señor, con los brazos abiertos en forma de cruz. Se va a conformar a Él. Y, luego, se va a levantar: va a resucitar con Él.

Los votos que vas a emitir son un trampolín que te ayudará a crecer en el amor. La pobreza, la obediencia y la castidad te harán más libre para amar a Dios y a los hermanos. La transformación de tu ser en el seguimiento de Cristo te llevará de la búsqueda de seguridad y supervivencia, de los ídolos de este mundo, a descansar en la pobreza, sabiendo que, como dice el salmista, “los que tiene al Señor no carecen de nada”. Del afán de control, de autonomía e independencia, al abandono libre y maduro en la obediencia a Dios y a la disponibilidad generosa de ir donde Dios quiera y cuando Él quiera. Es más, de ir donde nadie quiere ir. Porque hay lugares donde nadie quiere ir… Con el Señor, al fin del mundo. De la afectividad infantil, narcisista, egocéntrica y posesiva, otras veces acomplejada y con heridas, a la castidad llena de compasión, a la fecundidad en la entrega y ternura a la humanidad entera, especialmente a los más que sufren, a los abandonados, a los pobres, los preferidos de Jesús. Fernando, los votos serán auténticos y hablarán bien de Dios, si te hacen más humano, más alegre, más generoso… Los votos te unen a Cristo, y te unen, también, apasionadamente a la humanidad, a cada hombre y mujer de carne y hueso que se cruce por tu camino. Como nos recordaba el Papa Francisco en el Capítulo General del 2019: “Desconfía del contemplativo que no es compasivo”. La contemplación, corazón del carisma carmelita, sería sólo un episodio accidental, y pura aristocracia espiritual, si quedara reducida a un éxtasis que te alejase de las preocupaciones de la gente. “Obras, obras, obras… obras quiere el Señor… este es el fin del viaje espiritual”. Fernando, si algún día a tu alrededor dejan de haber enfermos y hambrientos, olvidados y despreciados, pobres, no es que no estén, sino, sencillamente, es que no los ves. Búscalos… ve detrás de ellos, abundan, cada día hay más… Atrévete a tocar las heridas de los miembros más débiles del cuerpo de Cristo

¡Gracias, Fernando! La vida es vida si se celebra. Una vida que no se celebra es menos vida… Con tu entrega al Señor en la Orden del Carmen nos regalas este maravilloso día de fiesta. Gracias de parte de cada hermano de la Provincia. Gracias a tu padre, a tu madre (que descansa ya en el Señor), a tus hermanos… Gracias a tu familia que no te retuvo y te dejó libre. Gracias a la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, que te gestó en la fe. Gracias a aquellos que, espiritualmente, te han acompañado hasta el día de hoy. Gracias al Carmelo, que somos una familia: tu hogar. ¡Cuídanos!

Te encomendamos a Santa María del Monte Carmelo, la Señora del Lugar. Rezamos por ti. Encomiéndanos también al Señor. Así sea.

 

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