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Rincón carmelita

7 octubre, 2019 / Carmelitas
El Rosario y el Escapulario: sacramentales. Todo ha venido de Cristo, incluso María; todo ha venido por María, incluso Cristo.

Hoy celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Rosario: ¡estamos de enhorabuena! Resulta tan apasionante como constructivo adentrarse en la historia del origen y desarrollo del Rosario, pero ello nos llevaría aquí demasiado lejos. Dejamos tan solo apuntada la intuición sobre sus sorprendentes semejanzas —de fondo— con el Escapulario. Ambos, el Rosario y el Escapulario, quedan englobados en lo que comúnmente el Concilio Vaticano II define como «Sacramentales»:

“Estos son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se significan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida” (Cf. Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, SC 60).

El encabezado de esta entrada quiere advertir el vínculo estrecho que hay entre los dos sacramentales que nos ocupan, entre ambas “devociones” marianas. Mejor aún, su profunda unidad. No pretendemos crear una falsa polémica de animadversión del Escapulario contra el Rosario, ni de los carmelitas contra los dominicos. ¡Nada más lejos! Si como señalaba el papa León XIII: Carmelus totus marianus el Carmelo es todo mariano, todo de María—, Arnoldo Bostio planteaba el argumento de forma inversa y afirmaba: todo lo que pertenece a María o sea propio de ella y su devoción, es propio del Carmelo. Por eso se completa el adagio: Carmelus totus marianus; totus Marians, Carmelus est —El Carmelo es todo mariano y todo lo mariano es del Carmelo—.

Llegados a este punto, lanzamos la invitación a reflexionar y profundizar sobre algunos de los muchísimos y reveladores parecidos existentes a diversos niveles (génesis, historia, pastoral, espiritualidad…) entre el Rosario y el Escapulario sin entrar a desarrollarlos: el tema sería largo, y digno de un estudio amplio. Nos permitimos señalar tan solo lo que parece el núcleo vertebrador de ambas perspectivas de piedad mariana: un medio, como un recordatorio material, para guardar incesantemente presente la humanidad salvífica de Jesucristo a la manera de la Virgen, su discípula más acabada.

Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Cf. Ga 5,4-5)

A través de la Virgen María quiso Dios entregarnos a su Hijo para nuestra salvación. Ese fue el que podríamos llamar el descenso de Dios. Y, ¿cómo llegaremos nosotros hasta Él, hasta el cielo? De la misma manera, el Señor nos ofrece por medio de María —con la contemplación de los misterios del Rosario, ¡los misterios de la vida de Jesucristo!, o con el porte del Escapulario— que guardemos con ella en nuestro corazón memoria de todas las gestas salvadoras del amor de Dios y, movidos a conversión, alcancemos la alegría de la vida eterna, pues “todo ha venido de Cristo, incluso María; todo ha venido por María, incluso Cristo” (Benedicto XVI, meditación en la procesión eucarística durante el viaje apostólico a Francia con ocasión del 150 aniversario de las apariciones de Lourdes, Domingo, 14 de septiembre de 2008).

 

 

 

 

 

 

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