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Rincón carmelita

15 octubre, 2019 / Carmelitas
«Mater spiritualium». Teresa de Jesús nos cuenta los secretos de la oración.

Una de las líneas -la segunda- del discurso del papa Francisco a los frailes capitulares de la Orden del Carmen en su reciente capítulo general toma la dirección del acompañamiento y oración. A éste propósito, queremos recordar en la fiesta de Santa Teresa de Jesús, y reproducir aquí en extracto levemente adaptado, la homilía que hiciera San Pablo VI en la ocasión del doctorado de la Santa. Sorprende su actualidad después de casi 50 años:

 

El significado del doctorado de algunos santos en la Iglesia es siempre luminoso: luminoso por el haz de luz que la lámpara del título doctoral desprende del santo o la santa de quien se predica –en este caso santa Teresa— y, a través de su doctrina y testimonio de vida, por el otro haz de luz que ese mismo título doctoral proyecta también sobre nosotros. La luz del título doctoral pone de relieve la «eminencia de la doctrina».

¿De dónde le venía a Teresa el tesoro de su «eminente doctrina»? Además de su inteligencia y de su formación cultural y espiritual, lecturas, trato con los grandes maestros de teología y de espiritualidad; de su singular sensibilidad, habitual e intensa disciplina ascética, meditación contemplativa…, cabe considerar que en ella se manifiesta la iniciativa divina extraordinaria, sentida y posteriormente descrita llana, fiel y estupendamente por Teresa con un lenguaje literario peculiarísimo. Esa iniciativa divina toma en Teresa los rasgos del divino amor esponsal. Se trata de la unión con Dios más íntima y más fuerte que se conceda experimentar a un alma viviente en esta tierra; y que se convierte en luz y en sabiduría —de las cosas divinas y de las cosas humanas—. De estos secretos nos habla Teresa: son los secretos de la oración. Éste es el tuétano de su enseñanza.

Santa Teresa ha sido capaz de contarnos estos secretos, hasta el punto de que se la considera como uno de los supremos maestros de la vida espiritual. No en vano la estatua de Teresa colocada en la basílica vaticana lleva la inscripción que define a la Santa: «Mater spiritualium», madre de los espirituales. Una madre llena de encantadora sencillez, una maestra llena de admirable profundidad. Nimbada por este título magistral, tiene una misión más autorizada que llevar a cabo en el Carmelo, en la Iglesia orante y en el mundo, por medio de su mensaje perenne y actual: el mensaje de la oración.

El mensaje de oración nos llega a nosotros en una hora caracterizada por un gran esfuerzo de reforma; nos llega a nosotros, tentados, por el reclamo y por el compromiso del mundo exterior, a ceder al trajín de la vida moderna y a perder los verdaderos tesoros de nuestra alma por la conquista de los seductores tesoros de la tierra, o los avances tecnológicos. Este mensaje llega a nosotros mientras no sólo se va perdiendo la costumbre del coloquio con Dios, sino también el sentido y la necesidad de adorarlo y de invocarlo.

En cuanto al lugar y el rol de la mujer en la Iglesia hoy, debemos notar que Santa Teresa de Jesús es la primera mujer a quien la Iglesia confiere el título de doctora; y esto no sin recordar las severas palabras de San Pablo: «Las mujeres cállense en las asambleas» (1 Cor 14, 34), lo cual quiere decir incluso hoy que la mujer no está destinada a tener en la Iglesia funciones jerárquicas de magisterio y de ministerio. En el presente doctorado no se trata de un título que comporte funciones jerárquicas de magisterio, pero a la vez debemos señalar que este hecho no supone en ningún modo un menosprecio de la sublime misión de la mujer en el seno del Pueblo de Dios.

Por el contrario, ella, al ser incorporada a la Iglesia por el bautismo, participa del sacerdocio común de los fieles, que la capacita y la obliga a «confesar delante de los hombres la fe que recibió de Dios mediante la Iglesia» (Lumen gentium 2, 11).

A distancia de cinco siglos, Santa Teresa de Ávila sigue marcando las huellas de su misión espiritual, de su amor despojado de todo apego terreno para entregarse totalmente a la Iglesia. Bien pudo decir, antes de expirar, como resumen de su vida: «En fin, soy hija de la Iglesia». Recibamos esa llamada dirigida a todos a hacernos eco de su voz, para poder repetir con ella: ¡Somos hijos de la Iglesia!

 

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