Moderó la jornada de reflexión el P. Carl Markelz, Prior Provincial de la Provincia PCM, USA, y nos recordó los temas que serían tratado en la Congregación: la obediencia y la castidad.
Timothy Radcliffe, OP, en su primera reflexión destacó que la obediencia sana es un escándalo para el mundo de hoy. La obediencia subyace en toda nuestra predicación del Evangelio. Desafía la libertad ilusoria del llamado “mundo libre” contemporáneo. Esta es la libertad del sujeto moderno autónomo que hace valer su voluntad en la que se impone una falsa libertad de hacer mis “propias cosas”, no dejando que nadie interfiera en mis planes. Nuestra obediencia como religiosos contradice esta pseudo-libertad y nos invita a descubrir la libertad de los hijos de Dios. Si perdemos esta libertad, la vida religiosa simplemente se hace pedazos. Nuestra obediencia es, sobre todo, a Dios que nos convoca a la felicidad. Mi identidad más profunda es que Dios me llama a la libertad. La obediencia religiosa no consiste en poner al superior en el lugar de Dios. Se trata, más bien, de ayudarse mutuamente a escuchar la llamada a la felicidad y a la libertad.
Seguidamente presentó el cuadro de Caravaggio, La llamada de San Mateo. Jesús está a un lado del cuadro apuntando a Mateo. Mateo no le oye, está inclinado sobre su mesa, contando su dinero. Está ensimismado. Los demás miran a Jesús. Sugirió que, tal vez, le estén diciendo: “¿Por qué llama a ese vago? ¿Qué pasa conmigo? Yo soy mucho mejor”. Pero, en un momento dado, le dan un codazo a Mateo y le dicen: ‘Te está llamando a ti’. Esa es la obediencia religiosa. Nos ayudamos a escuchar: Él te está llamando. Habéis oído cientos de veces que la obediencia viene del latín ob-audiens, escuchar profundamente. Así que la obediencia sana y santa tiene sus raíces -según Timothy- en nuestras conversaciones fraternas. Nuestras conversaciones en el capítulo; nuestras conversaciones con los hermanos en el liderazgo; nuestras conversaciones tomando un té o una copa por la noche.
Si dejamos de hablarnos con sinceridad y de escucharnos con atención, la obediencia se convierte en una cárcel y no en nuestra libertad. Para santo Tomás de Aquino la obediencia es una virtud de la mente además de la voluntad. Escribió que “la obediencia sólo se vuelve perfecta cuando el que manda y el que obedece llegan a compartir una misma mente”.
