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Rincón carmelita

25 mayo, 2019 / Carmelitas
Sta. María Magdalena de Pazzi, O.Carm., El amor de Cristo excede todo conocimiento (Ef 3,19)

El 25 de mayo de 2007 se celebró el cuarto centenario de la muerte de santa María Magdalena (1566-1607), carmelita florentina, maestra de vida espiritual. Era tanta la fama de su santidad difundida entre el pueblo y el clero que, muy pronto, en 1611, comenzaron los procesos para su beatificación. El 8 de mayo de 1626 fue proclamada beata por Urbano VIII y el 28 de abril de 1669 fue canonizada por Clemente IX.

Importantes estudiosos afirman que «María Magdalena de Pazzi, con Angela de Foligno y Catalina de Siena, es la escritora espiritual italiana más conocida». Muchos testimonios importantes del catolicismo han estimado su testimonio y su palabra. Venerables como Diomira del Verbo Encarnado (Margherita Allegri, 1651-1677) de las Hermanas Establecidas en la Caridad (Filipinas de Florencia), beatos como Hipólito Galantini († 1619) o santos como Alfonso María de Ligorio (1696-1787) y Teresa de Lisieux (1873-1897), sintieron una significativa veneración por la mística de Florencia.

A Pablo VI le gustaba releer sus obras, mientras que don Divo Barsotti, en su última visita a las monjas de Careggi, no sentía temor a la hora de declarar, con intensos toques autobiográficos: «Santa María Magdalena vive su misión de amor por nosotros… Por eso quisiera confiar mi persona y toda la comunidad de San Sergio a santa María Magdalena… Ella fue la amiga, la ayuda, la luz de mi camino. Le estamos muy agradecidos por esto. Nunca hubiera pensado que se nos diera aquí abajo una experiencia viva y profunda, especialmente divina». Por desgracia, una devoción poco iluminada y cultores impróvidos de su testimonio divulgaron con textos e imágenes la visión barroca de la santa (es decir, una especial interpretación de sus vivencias, indulgente sobre los hechos extraordinarios) descuidando sus palabras. Estas, fuertes e incisivas, son capaces de imprimirse a fuego en quienes las escuchan en una perentoria petición de renovación eclesial. Quizá por esto, son pocos los que acuden a los textos auténticos de la carmelita incluso en este centenario, con los riesgos que pueden intuirse.

En la santidad cristiana existen modelos diferentes de santidad. Generalmente son más “fáciles” y comprendidas las misiones caracterizadas por el servicio de la caridad y de la misericordia. Más compleja es la acogida de dones proféticos, caracterizados no tanto “por el anuncio del futuro”, cuanto por auténtico misterio espiritual, en la escucha de la Palabra, autentificado por la coherencia de la vida.

Una vida escondida 

La biografía de santa María Magdalena está caracterizada por pocos acontecimientos. Catalina nació en una de las familias más importantes de la nobleza florentina, de Maria Buondelmonti y de Camillo di Geri de’ Pazzi, el 2 de abril de 1566. En dos períodos (de 1574 a 1578, y de 1580 a 1581) fue educanda en San Giovannino de las Cavalieresse de Malta. Quizá todavía demasiado joven decidió convertirse en monja carmelita, entrando en Santa María de los Ángeles a la edad de dieciséis años (27 de noviembre de 1582), al poco de terminar el Concilio de Trento (1545-1563).

Los primeros cinco años de vida monástica son los más conocidos de su biografía. “Abstracciones”, “raptos”, dramatizaciones de episodios evangélicos se entrelazaban con la vida ordinaria de la joven carmelita. En realidad, bajo estas etiquetas se agrupa una variedad de fenómenos muy distintos fundados en la meditación orante de la Palabra. En el gran Carmelo de Santa María de los Ángeles (el más antiguo de la Orden), que contaba con casi ochenta monjas en el período en el que vivió Magdalena, había varias con un alto perfil cultural, como la madre Evangelista del Giocondo y Pacifica del Tovaglia, amiga y una de las principales “secretarias” de la santa.

Durante unos veinte años estuvo ocupada silenciosamente en la oración y las labores propias de la vida monástica. Fue vicaria en la acogida de las jóvenes que venían a la hospedería (1586-1589), se dedicó también a la formación de las jóvenes a partir de 1589, y luego fue subpriora desde 1604. Cayó enferma y pasó los últimos tres años de su vida afligida en el cuerpo y el espíritu, apagándose el 25 de mayo de 1607, a los cuarenta y un años.

«Si Dios es comunicativo» 

El Carmelo de Santa María de los Ángeles llevaba varios años ligado a los círculos femeninos savonarolianos. Hacía tiempo que circulaban en él testimonios y fuentes manuscritas sobre mujeres célebres y estimadas como las dominicas santa Caterina de los Ricci de Prato (1522-1590) y la beata Maria Bartolomea de los Bagnesi (1514-1577), cuyo cuerpo sigue venerándose todavía en el Carmelo florentino. Su confesor se convirtió a partir de 1563 en el gobernador del monasterio.

Se ha aludido a la importancia de la Escritura. Una testigo precisaba durante el testimonio canónico: «Me acuerdo especialmente que ella cada sábado, tomando el libro de los evangelios, del evangelio que caía el domingo siguiente tomaba dos o tres puntos a su elección y sobre ellos se ejercitaba en la meditación toda la semana, en la cual meditación consumía alrededor de dos horas por la mañana y una por la noche» (Sum 57). De esa familiaridad, crecida en contextos franciscanos y dominicos, brotó su personal comprensión de Dios como Dios comunicativo.

La efusión sobreabundante del Espíritu, acogida especialmente en Pentecostés de 1585, llevó a la joven carmelita por los caminos austeros de un desierto hecho con la fatiga de la criatura y de la Iglesia al dar cabida a esa gracia y a la necesidad de crecer en la misericordia de un Dios que es «arrebatadísimo Padre», Verbo dador de un «beso de paz» y Espíritu, fuego transformador. Con toda seguridad, más allá de los exagerados sentimentalismos, inopinadamente absolutizados por sus devotos, es la centralidad de la Trinidad en la vida espiritual y en la vida eclesial el don más grande que ella puede ofrecerle a nuestro tiempo.

De este modo, en el encuentro con el Dios comunión, santa María Magdalena fue enriquecida no solo por un gozo profundo, sino también por una gradual toma de conciencia de lo inadecuadamente que tantos hombres y mujeres, incluidos los externamente cristianos y a veces, aún peor, religiosos y curas, responden a la ofrenda del Hijo y de su Espíritu. Amar a Cristo, para santa María Magdalena, no significó detenerse solo afectivamente en la consideración de sus llagas físicas, sino hacer crecer un amor apasionado por el cuerpo herido y lacerado de Cristo que es la Iglesia. Acoger a Cristo supuso para ella, por ejemplo, abrir los ojos al desencanto de sus expectativas sobre una vida religiosa pobre de relaciones fraternales, aunque rica en ritos. Amar a Cristo y a su Iglesia, pese a la mediocridad –ella decía la «maldita tibieza»– de muchos bautizados y «cristos» (sacerdotes), fue para ella desde luego «Infierno y Paraíso juntos». Y se comprende entonces cómo el único don del Espíritu la “obligó”, como a santa Catalina y a Savonarola, a una obra estimada pero de hecho desoída de «renovatione de la Iglesia». Pese a ello, tanto mediante los encuentros interpersonales como mediante las cartas dictadas (aunque no siempre enviadas) incluso al Papa y a los cardenales, ella respondió por su parte a la misión recibida, llamando a todos a una vida personal y eclesial fundada en la desnudez del Evangelio.

«Para ser esposa y no sierva» 

La mística magdaleniana, en la escuela de Catalina de Siena, es mística eclesial que llama a la conversión a todo el pueblo de Dios, no para “reprobarlo”, como sostienen algunos, sino para que ante el Espíritu que llama, alguien «se abra a ese don».

Es hermoso el testimonio (encontrado en original) que el 1 de mayo de 1595 daba la priora Evangelista: «Yo, sor Vangelista, en honor del eterno Padre. Yo recuerdo cómo sor María Magdalena hoy este día primero de mayo de 1595 le ha prometido a Dios querer ser su esposa y no sierva para mayor honor suyo y para que se complazca en ella y mayor ayuda de su donación, ha prometido caminar desnuda con su Dios y oír solo su voz y de quienes cuidan su lugar y cuando tuviere alguna duda tomar consejo antes que nada del Cristo desnudo y del alma más desnuda que vieren sus ojos y de sus superiores».

Según los textos, y no los comentarios, parece ser que el centro de la experiencia magdaleniana no se concentraba en el sufrimiento (creado también por los problemas de salud y por las ascesis propias de la época), sino que consistía en profundizar teologalmente en una alianza esponsal con el Señor, repleta de “amor puro”, a ella le gustaba decir «muerto», es decir, de esposa. Ella vivió de este amor pascual, arraigado en la sangre divinizadora de la Eucaristía, gracias al soplo del Espíritu. De esta acogida surgió su frágil palabra de mujer, moldeada por la fuerza del Evangelio. De todo esto es humilde testimonio su cuerpo incorrupto, venerado en el Carmelo florentino de Santa María de los Ángeles, y guardado por la presencia orante, aún hoy, de sus hermanas de hábito.

Un tesoro escondido que redescubrir para la Iglesia florentina y para la Iglesia universal. Don Barsotti esperaba que un día santa María Magdalena fuera reconocida doctora de la Iglesia. Los muchos peregrinos que desde varios continentes, por caminos casi impensables, la “encuentran” y se acercan a su cuerpo hacen reflexionar sobre la necesidad de que se oiga su voz y se cumpla su misión.

María Magdalena de Pazzi, O.Carm., El amor de Cristo excede a todo conocimiento

 

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