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Orar

19 mayo, 2023 / Carmelitas
La Ascensión. En perspectiva inversa. La tierra se hace cielo.

Cierta mentalidad miope ambiente podría ridiculizar el misterio de la Ascensión del Señor en la Pascua, a los cuarenta días de su Resurrección: ¿se trata de un cohete supersónico que despega del suelo y traspasa el límite atmosférico para llegar al Padre?

Nada más lejos. Tampoco hace falta ser teólogo para contemplar este misterio de fe clave que confesamos en el credo: …al tercer día resucitó de entre los muertos subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios… Sin necesidad de gustar de la estética mediante la que se expresaba Salvador Dalí (1904-1989), su obra nos puede ayudar a orar y disfrutar del misterio que se esconde en la Pascua de Jesucristo. Parece haber querido pintar algo del movimiento que ya apunta en el 4º Evangelio. Allí, Juan insinúa y explicita el misterio de la cruz como la glorificación de Jesús: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti.» (véase Jn 17).

Curiosamente, la célebre ilustración del crucificado que pergeñara san Juan de la Cruz con una vista del Crucificado desde el que sería el punto de vista del Padre, o por lo menos, desde la perspectiva poco explorada hasta el carmelita y que tomaba la posición de un espectador de lo alto, dicha ilustración -conservada hoy en un relicario en el Monasterio de la Encarnación (Ávila)-  inspiraría la pintura de la crucifixión del artista catalán. Quizás reconoció que Jesús se humilló mucho más abajo de lo que él mismo jamás pudiera bajar, e incluso muy por debajo de lo que nadie jamás le pudiera humillar a él. Véanse, más abajo, las imágenes. Léase, aquí lo que expone el p. Salvador Villota al respecto.

A ese inicio de la exaltación de Jesús que supone la cruz para el 4º evangelio, la cual es detallada y culminada en la narración de la Ascensión con la que san Lucas inicia el libro de los Hechos de los apóstoles, Dalí parece darle a su representación de la crucifixión una discontinua continuidad con su particular pintura de la Ascensión. Todo ocurre en un instante, como fuera ya del tiempo y del espacio, quedando unidas para siempre humanidad y divinidad. Si la crucifixión la contemplaba desde lo alto, la Ascensión -cuánto más gloriosa- solo la puede contemplar desde abajo. El pintor se sabe a ras de suelo, minúsculo, ante un escorzo cósmico.

En “La Ascensión de Cristo lo primero que observamos es que, al mirar a los pies del Señor, nuestra mirada se dirige hacia el interior y hacia arriba, a lo largo de su cuerpo, hasta la paloma que está encima, símbolo del Espíritu Santo. Como en la mayoría de los cuadros de Dalí centrados en Cristo, nos esconde el rostro del señor, no es visible al espectador. Dalí no se sentía digno de pintar el rostro de Cristo. Un detalle curioso, forzado si se quiere, pero profundo y bello de parte del artista, que revelaba cierta reverencia al pintar temática religiosa. Sobre Cristo, representó a una mujer, con los ojos húmedos de lágrimas. Gala, la esposa de Dalí, a la que “adoraba” y que a menudo tomó como modelo de la figura de la Virgen. María es significada como eco y rostro visible de Jesucristo, la misa onda, el mismo halo que envuelve al Señor es la que abraza la Virgen. Ella es receptáculo y depositaria de todas sus penas y alegrías.

La figura de Cristo, desde los pies en primer plano hasta los brazos extendidos, forma un triángulo perfecto, la Trinidad. El círculo amarillo detrás de Cristo es la estructura ampliada de un átomo. Dalí dijo al respecto: “En mi sueño, que era en colores vivos, vi el núcleo de un átomo, que vemos en el fondo de la pintura; este núcleo es la verdadera representación del espíritu unificador de Cristo, dentro de todos nosotros.”

En este cuadro, Dalí reúne magistralmente tres temas cristianos centrales y los interpreta libremente insinuando elocuentes experiencias espirituales, tan reales como paradójicas:

    1. La Crucifixión: Cristo aparece aquí en pose de Crucifixión. Sus manos recuerdan más la agonía que el éxtasis o la alegría de ascender de vuelta a su Padre. Las manos de Cristo parecen garras, reflejando un gran dolor. Nos podemos preguntar: ¿cómo representar la alegría cristiana? La carta a los colosenses dice: Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24). ¡Menuda alegría la que completa la Pasión de Cristo! También sus pies están alineados juntos, como en la cruz. Además, no lleva la gloriosa vestimenta tradicional de la Ascensión, sino el históricamente poco creíble ‘paño de pudor’ típico de sus cuadros de Pasión (flagelación, crucifixión…).
    2. La Resurrección: finémonos en las manos y los pies de Cristo. En contra del dato del 4º evangelio, no muestra marcas de la crucifixión en el cuerpo resucitado de Cristo. Sus brazos están limpios de cicatrices, sus manos no están traspasadas, la llaga del costado brilla por su ausencia… Se muestra el triunfo de Jesús sobre la muerte.
    3. La Ascensión: nueva existencia glorificada, dorada, movida por el Espíritu, derramando el mismo Espíritu, en la que su propia energía gloriosa agranda, pone en movimiento y vivifica como en círculos concéntricos todo lo que alcanza su onda expansiva. La Ascensión no es ausencia de Jesús, sino su presencia vivificadora e íntima entre nosotros con que nos enriquece estando junto al Padre en nuestra carne. Por eso, a la espera de llegar a vivirlo nosotros en nuestra carne, estamos alegres y confiados.

De acuerdo a las reglas de proporción áurea, un triángulo cuyas proporciones vienen dadas por las diagonales de un pentágono, el cuerpo glorioso de Cristo asciende al cielo.

En una conferencia en el Ateneo de Barcelona a finales de 1950 Dalí se pronunció sobre ¿Por qué fui sacrílego, por qué soy místico?. En su “manifiesto místico” se apartó del pensamiento materialista y ateo de Breton y confirma su conversión a la religión católica. Dalí conoció al padre carmelita Bruno de Jesús María, una autoridad respecto al misticismo cristiano y que le compartió la obra de San Juan de la Cruz, con la que se identificó rápido. El religioso mostró a Dalí una reproducción de un dibujo atribuido a san Juan de la Cruz. El punto de vista cenital se plasmó en su obra maestra.

 

 

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